terça-feira, 12 de novembro de 2013

400 años de difíciles vicisitudes y gracias sobrenaturales

 

400 años de difíciles vicisitudes y gracias sobrenaturales

 

400 años de difíciles vicisitudes y gracias sobrenaturales

 

Cuando las monjas Bárbara y Margarita de Jesús Villegas, Ana de los Ángeles y Catarina de Santa Clara salieron de los conventos de la Concepción y la Encarnación para fundar en 1610 el Monasterio de Santa María de Gracia, jamás imaginaron las vicisitudes que sus hermanas religiosas habrían de sufrir y del coraje que han tenido a lo largo de cuatro siglos para permanecer unidas, fieles a la regla y a la vida en comunidad, llevando el monasterio, más que en las piedras: lo han cargado consigo, en los pliegues de sus hábitos y en el fervor de sus corazones.

Fundación
Recuerda la Reverenda Madre Abadesa, María de los Ángeles Preciado, una frase escrita quizá por la madre Teresa o la madre Angélica de Jesús, la cual describe cómo en el siglo XVII “el árbol de la Orden de la Purísima Concepción vio brotar de su tronco una rama, como él, hermosa y fecunda, que dio a la Iglesia flores bellísimas y al cielo frutos de santidad”.

En la bella pintura de Concepción de Ramos que aún conservan las religiosas en su actual monasterio, se percibe un árbol frondoso cuyo tronco es Santa Beatriz de Silva, fundadora de la congregación; la rama madre es el convento de la Concepción fundado en 1540 y de su vara surgen 17 monasterios que llevaron la regla y las constituciones de la orden a casi cada rumbo de la primitiva Ciudad de México, a Puebla de los Ángeles, Guanajuato, a Mérida y hasta Guatemala.
El paso que dieron las monjas Bárbara y Margarita, hijas de don Fernando de Villegas –doctor y rector de la Real Universidad de México- fue el primero de una prolongada marcha hacia la gracia.

Originalmente el monasterio llevó el nombre “Santa María de Gracia”, pues una pequeña y milagrosa escultura de Santa María fue el detonante para la fundación de la nueva comunidad. La historiadora Concepción Amerlink refiere el origen de la imagen: “fue tallada en Granada, España, por un tallador agustino anciano y casi ciego, que dejó pendiente su labor, pues dada su incapacidad visual no lograba dar la expresión de deseaba a María y al Niño, esculpidos en una sola pieza. Una mañana amaneció la talla concluida y al ver el prodigio efectuado los agustinos dieron a la imagen el nombre de Santa María de Gracia y la colocaron en un altar”.

El andariego destino de la imagen comenzaría cuando los frailes la intercambiaron a un moro como rescate de un joven cautivo; el moro vivió una conversión paulatina a pesar de la furia de su mujer quien lo aventó en venganza de un mirador, y el moro fue salvado por la Virgen de la Gracia. Luego, un grupo de españoles pagó el precio de la imagen y la embarcaron a la Nueva España. Tras inusitados hechos en el mar abierto y sin saber el destino de la imagen, los marinos en Veracruz montaron en el lomo de una mula a la venerada imagen y ésta llegó, “de un tirón y sin descanso”, hasta las puertas del Monasterio que las monjas concepcionistas levantaban. Así fue que se le llamó Convento de Santa María de Gracia, al que más tarde se le cambió el nombre por San José de Gracia, al concluir el claustro y el templo.

La vida de una comunidad
En el Monasterio de San José de Gracia la comunidad de concepcionistas vivieron grandes sucesos: una monja sufrió de los estigmas de Cristo en el siglo XVIII, sus consagradas fueron reconocidas prosistas y poetizas, la regiomontana Madre Concepción de la Eucaristía (Emilia García Bocanegra, familiar de Francisco González Bocanegra, autor del Himno Nacional Mexicano) fue pieza clave en la canonización de Santa Beatriz de Silva. La Madre María de los Ángeles Preciado recuerda el sacrificio de su comunidad para ahorrar un peso de víveres y con ello realizar la difusión de la vida y obra de su made fundadora. También es significativa la historia de Sor Magdalena de San José, una humilde campanera del Convento de San José de Gracia, que instauró en el siglo XVIII la veneración a la Divina Infantita, que aunque rechazada en su momento, hoy hay una congregación de religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña Divina Infantita, Misioneros de la Natividad de María y la Asociación de Esclavos Seglares de la Inmaculada Niña Divina Infantita.

Las religiosas sufrieron la exclaustración en 1864 y tuvieron que abandonar definitivamente el convento de San José de Gracia. Sin embargo, la comunidad no se extinguió, y algunas jóvenes fueron tomando los hábitos en medio de la incertidumbre que se avecinaba: la persecución religiosa de inicios del siglo XX.

Con la Ley Calles, las monjas de San José de Gracia comenzaron una peregrinación llevando su monasterio de una casa a otra, arriesgando su vida y la de los bienhechores que en algún momento las socorrieron en su errabundo padecer.
El Convento de San José de Gracia fue adquirido en 3 mil 272 pesos en 1871 por la iglesia presbiteriana, en algún momento fue cuartel de policía y escuela. Fue demolido en 1956. En ese tiempo, la abadesa María de los Ángeles Preciado tenía poco de haber ingresado al convento y recuerda cómo fueron rescatando los restos mortales de sus célebres predecesoras de entre los escombros de los que en algún momento pensaron serían “su última morada”.
Hoy, las madres Concepcionistas de San José de Gracia celebran 400 años de unidad ininiterrumpida; tienen su monasterio en la colonia Atacama, en la populosa delegación Iztapalapa, y confían en que con los favores de Santa María de Gracia su comunidad persevere hasta donde sea la voluntad de Dios.

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