terça-feira, 25 de novembro de 2014

Venerable María Tomelín del Campo, Concepcionista

 

Venerable María Tomelín del Campo, Concepcionista

Venerable María Tomelín del Campo, Concepcionista
Junio 11

María de Jesús de Tomelín del Campo nació el 21 de febrero de 1579. Fue hija de don Sebastián de Tomelín, nacido en Valladolid, España, quien era dueño de obrajes y haciendas, con las que hizo una buena fortuna; su madre fue Francisca del Campo, una criolla nacida en la Ciudad de México, quien desde su embarazo la consagró a la Virgen del Carmen. Fue bautizada 4 días después por Tomás Ruiz, en la Parroquia de la Iglesia Catedral, y su padrino fue Alfonso de la Huerta.
Se cuenta que desde su niñez vivió en un mundo místico. Sus biógrafos relatan que recibía la visita de las Almas del Purgatorio; la Virgen María le ofrecía al Niño Jesús y recibía también ayuda de Ángeles guardianes.
Francisco Pardo cuenta que María de Jesús, a la edad de cinco años, vio en una noche a cierto tío suyo difunto, el cual le pidió que le dijera a su padre que le ayudara a salir del Purgatorio dedicándole unas misas a su alma, por lo que el padre dijo a su hija: "Hazle estas y estas preguntas a tu tío cuando lo veas", las cuales hizo esta criatura admirable, y salió de ellas tan cierta la noticia de la verdad del caso, que dichas las Misas, se alivió aquella alma y se engrandeció esta niña.
Su infancia está llena de inocentes anécdotas y prematura vocación que era alimentada por su madre; es probable que sus virtudes hayan sido exageradas por sus biógrafos del siglo XVII, quienes dicen que a los 6 años, inspirada en la vida de San Juan Bautista, fue a una cueva donde permaneció casi una semana hasta que su angustiado padre la encontró.
En el libro "Sor María de Jesús, El Lirio de Puebla", su autor, Enrique Gómez Haro, relata otra anécdota de su infancia:
"Presentóse una vez a la niña un mendigo tan necesitado, que le hizo llorar mucho, no sólo por compadecerse de su miseria, sino porque no podía remediarla; acudió a la Santísima Virgen, rogándole que la socorriese para auxiliar a aquel pobre, y, al comenzar su oración, cayó de la bendita Imagen una moneda de dos reales, que, con el mayor júbilo, entregó al pordiosero. Vio este prodigio una hermanita de nuestra Venerable, a la que previno que lo tuviese oculto, como lo hizo durante largos años".
María de Jesús pasaba horas en el oratorio familiar. Se dice que veía a la Virgen María. Don Sebastián, su padre, escéptico y de carácter arrebatado, responsabilizó a su esposa de la despreocupada actitud de la niña para las cosas del mundo, pues como era costumbre, las mujeres se casaban muy jóvenes y él quería entregarla en matrimonio.
María de Jesús se enfermaba cada vez que su padre hablaba de la boda. Al parecer, don Sebastián de Tomelín presionaba mucho a su hija para casarse con un caballero rico y poseedor de un mayorazgo. Se dice que en una ocasión su padre sacó una daga y corrió tras de su hija que se refugió en un armario, al cual hizo trizas con el puñal. María de Jesús, bajo la constante presión de su padre, caía enferma al grado de desahuciarla los médicos.
Al final, el padre no pudo impedir que su hija abrazara el estado religioso. Un día de mayo de 1598, cuando se dirigía al templo de Nuestra Señora del Carmen, acompañada por su madre y su hermano, al pasar por el Convento de La Concepción, se detuvo diciendo que quería entrar a pedir un poco de agua. Logró entrar para nunca salir ya de aquella su anhelada clausura.
A los 19 años, María de Jesús de Tomelín tomó los hábitos de la "Limpia y Pura Concepción de María Santísima", y pasó larga temporada de discernimiento en la que pidió permiso a la Maestra de Novicias para hacer penitencias de sangre; enfrentó duras pruebas de fe por lo que el Obispo de Puebla, don Diego Romano, pidió a un sacerdote que cuidara la conducta de la aspirante.
Algunas prácticas que buscaban "la perfección cristiana", como ayunos, flagelaciones, uso permanente de púas y distintas formas de sufrimiento y destrucción del amor propio, fueron utilizados por las monjas durante mucho tiempo.
El 17 de mayo de 1599, hizo su Profesión solemne. Su compañera de rezos, Agustina de Santa Teresa, fue su primera biógrafa. En el Convento, Sor María de Jesús fundó la Cofradía del Rosario y luego, dos asociaciones más: la del Carmen y la del Dulce Nombre de María.
Al tener la edad canónica, su comunidad pensó en elegirla como Abadesa, pero esto le ocasionó muchas envidias de sus compañeras. Existen testimonios de que Dios hacía prodigios por mediación suya y le atribuyen dones de bilocación, clarividencia, telequinesis y profecía. Eran muy frecuentes en ella los éxtasis, que se hicieron públicos en la comunidad, cuyas monjas la vieron muchas veces elevada en el aire. Algunas compañeras decían que "tales milagros eran hechicerías" y la llamaron embustera.
Es difícil entender algunos aspectos de la vida de esta monja "iluminada" sin conocer como era la vida en los conventos a principios del siglo XVII. Una monja "iluminada" es aquella que logra tener visiones y revelaciones como las solía tener Sor María de Jesús, ya que "lograba" ver a Cristo, niño y adulto, en la Hostia Sagrada.
El problema con estas revelaciones es que era muy difícil saber de qué lado estaba, es decir, si del lado de la ortodoxia sostenida por la Iglesia: las monjas "iluminadas"; o del lado de la herejía: las llamadas monjas "alumbradas", quienes simulaban tener visiones santas, pero en realidad no eran más que una especie de embusteras.
Se conocen en Puebla, por lo menos, a tres monjas "iluminadas" durante el siglo XVII y principios del XVIII. Sor María de Jesús de Tomelín fue la más famosa, ya que tuvo doce intentos para ser beatificada, pero sin éxito hasta ahora.
Los conventos femeninos podrían clasificarse en los de las religiosas que guardaban la vida común, denominadas "Descalzas", y los monasterios donde se podía observar una vida particular, los de las monjas "Calzadas". Las Ciudades de México y Puebla fueron las que más conventos de este segundo tipo tuvieron durante la época colonial.
En los conventos de monjas "Calzadas", como el de La Purísima Concepción en Puebla, se permitió el ingreso de "monjas de velo negro" en dos categorías: "supernumerarias" y "numerarias". Estas monjas podían vivir gracias a los réditos de la dote que daban sus familias, por lo que el monasterio no se encargaba de su alimentación, vestuario, habitación y gastos.
Las monjas que nunca llegaban a reunir el dinero suficiente de una dote, no podían aspirar a profesar como monjas de velo negro y coro, y quedaban, por lo tanto, como "monjas de velo blanco". Las monjas numerarias y supernumerarias tenían sirvientas o esclavas por lo que no necesitaban de los servicios colectivos.
Sor María de Jesús contaba con los servicios de una esclava asiática, llamada Isabel, quien era grosera con ella, pero lejos de despedirla, actuó con tolerancia y humildad.
Con el ingreso de este tipo de monjas, los espacios originalmente asignados para los huertos se convirtieron en las celdas y patios que ocuparon estas monjas privilegiadas. Cada celda, de alguna manera, reproducía el estatus social de cada religiosa.
Es importante tener en cuenta que para el siglo XVII las mujeres eran consideradas como seres débiles y menos inteligentes que los hombres. Las leyes de entonces las trataban como menores de edad que necesitaban protección. Se pensaba que eran tan poco responsables que no podían ser testigos en testamentos, ni ser fiadoras ni tampoco ser encarceladas por deudas.
Su condición estaba reducida a ser hija del padre o esposa de su marido, o bien tenían otra opción, entrar a un convento.
En el Convento de la Concepción, Sor María de Jesús se destacaba por virtudes como la paciencia, ya que cuando otras monjas la calumniaban y acusaban de hipócrita, embustera, ilusa, santera, alumbrada y hechicera, mostraba una gran humildad y espíritu caritativo, como señalan algunos de sus biógrafos, puesto que toda la comida que le regalaban, por ejemplo, se las daba a las enfermas.
Otra virtud era su castidad, puesto que los pecados de las mujeres eran vistos como parte de su naturaleza corporal y sensual, siendo los hombres seducidos por la corporeidad que la mujer ofrecía. Para probar esta virtud se debía resistir a la tentación. El demonio tenía la capacidad, dentro de las visiones de las iluminadas, de trasmutarse en un hombre o en distintos animales como tigres y leones.
Estas apariciones eran constantes y en cierta forma eran una especie de requisito para que estas monjas iluminadas lograran una auténtica unión mística con Dios.
Sobre el don de profecía, Sor Agustina de Santa Teresa escribió que Sor María de Jesús profetizó su propia muerte y también predijo, que después de su muerte, seguiría la del Obispo de Puebla don Gutierre Bernardo de Quiroz y en su lugar llegaría un pastor santo, aunque en esos momentos todavía no estuviera ordenado como sacerdote, su gobierno será santo pero padecerá muchos trabajos, es decir, estaba hablando de Juan de Palofox y Mendoza.
En cuanto a la capacidad de penetrar las conciencias, se cuenta que fue capaz de descubrir a su compañera de celda, sor Agustina de Santa Teresa, quien recopilaba información sobre todos sus actos, por órdenes del Obispo de Puebla Alonso Mota ya que se había percatado, junto con el confesor de Sor María de Jesús, el padre jesuita Miguel Godínez, de las virtudes de esta monja iluminada.
El padre Godínez fue un especialista para distinguir monjas iluminadas. La catalogaba a la altura de otros místicos maestros y al respecto decía:
"Yo por espacio de más de treinta años traté muchas almas muy perfectas en la oración: pero esta santa mujer fue de las más perfectas que hallé en materia de oración".
La hidropesía dañó la salud de Sor María de Jesús y fallece el 11 de junio de 1637, día de Corpus Christi. La Causa de Beatificación la quería introducir el Obispo de Puebla Juan de Palafox y Mendoza, pero fue su sucesor, Diego Osorio de Escobar y Llamas, quien ordenó el proceso informativo en 1661 y lo envió al Papa Clemente X, quien nombró Ponente de la Causa al Cardenal Carpegna.
Sor María de Jesús de Tomelín realizó once milagros de sanación en vida y numerosos milagros después de muerta, algo poco común en las mujeres, según los especialistas.
Se dice que una vez muerta comenzó a expeler su cadáver un aromático sudor, el cual fue recogido por las monjas que emplearon toallas y telas para conservar dicho líquido bendito. Al pasar el tiempo y cuando se abrió por primera vez su fosa, en el año de 1685, para verificar su santidad, persistía su aroma a pesar de no encontrarse su cuerpo.
Algunas monjas tomaron tierra del sepulcro, con lo que se realizaron otros 29 milagros con la aplicación de esta tierra. Francisco Pardo cuenta que una monja utilizó dicha tierra, mezclada con barro del santuario de San Miguel, en Tlaxcala, para curarse un tumor.
Así también, con la aplicación de sus reliquias se realizaron diez milagros. Un par de ellos se hicieron con un pedazo de su velo, gracias al cual se apagó un incendio en una de las celdas y muchas mujeres se salvaron en otra ocasión de una epidemia.
El 21 de julio de 1785, el Papa Pío VI reconoció las virtudes de la Venerable Sor María de Jesús de Tomelín del Campo, iniciando así el examen de los tres milagros que entonces se pedían.
Enrique Gómez Haro nos cuenta en su libro:
"Era yo muy niño, y ya iba con mi papá al Convento de Monjas Concepcionistas, para visitar a la Venerable Madre, cuyo cuerpo, que decían estaba incorrupto, guardábase en una urna de revestimiento dorado, en una pieza de la planta baja, accesible a cuantos pretendían llegar hasta allí, en busca de alivio o de consuelo. ¡La Venerable Madre! Todos los poblanos hablaban de ella, tradicionalmente, como una religiosa muerta en olor de santidad".
Sus restos se veneran en el salón anexo a la Capilla de Santa Gemma, en Avenida 4 Oriente, N° 412, en la Ciudad de Puebla, capital del Estado de Puebla, México.

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